Ninguna insinuación, ningún comentario subido de tono. Porno Subió las manos a su cuello. Sus cuerpos terminaron pegados, pecho contra pecho. Él bajó una mano a su vientre y, sin vergüenza, la rozó peligrosamente cerca de su entrepierna.Ella jadeó, apoyando la cabeza sobre su hombro.—Vámonos de acá —dijo José, voz ronca.—¿Adónde? Yo agarré la copa y brindé:—Por los abdominales ajenos… y las malas decisiones.—¡Eso! —pregunté, tratando de sonar indiferente.—¡Sí! Ella quedó medio agachada, con el cinturón en la mano. —saltó Caro—. En la ciudad, la gente es más hipócrita. —Caro se tapó la boca de la risa.—Mi vestido tenía la espalda abierta —dije, sonriendo con picardía—. Después de lo que contó Caro, ya no hay marcha atrás.—¡Bueno! ¿Todavía seguís así con tu marido?Me acomodé en el sillón, pensativa.—Digamos que… hay días mejores que otros. ¿Querés que te ayude?—No, no. Al principio, separados, jugando. —pregunté, ajustándome los aros de perlas.—Sos Alma —dijo, rodando los ojos—. En la ciudad, la gente es más hipócrita. Al principio suave, pero enseguida se hizo urgente. Lo desabrochó con dedos temblorosos, mordiéndose el labio, dispuesta a seguir.Pero de repente, a lo lejos, se oyó una voz que la llamó:—¡Alma!
