Y yo ya estaba metido hasta el cuello.Ese día, Ana se quedó más tiempo del habitual. Y yo ya estaba metido hasta el cuello.Ese día, Ana se quedó más tiempo del habitual. Porno ¿Eso te prende?La miré a los ojos.Y por primera vez… no mentí.—Sí.Mi esposa se quedó helada.—¿Qué dijiste?—Sí. Se paró firme. Dormía en mi cama. Usaba mi ropa. Ella sonrió.—Los oliste, ¿verdad?Mi corazón explotó. Rastro de una mujer que se movió todo el día sin bañarse.Y ahí estaba yo, con el corazón latiéndome en la garganta, temblando como un adicto. Me aferré a su axila, le levanté el brazo y hundí la cara en su pelo mojado. Con pertenencia.Seguíamos encontrando excusas para estar solos. Su olor era fuerte. La besé como nunca. Le lamí las estrías. Ella sonrió.—Los oliste, ¿verdad?Mi corazón explotó. Su vello púbico era igual que el de sus axilas: negro, rebelde, salvaje. Vivas. Todo su cuerpo brillaba.La miré de frente. ¿Tú crees que no veo cómo la miras? Salado. El silencio fue mi confesión.—Los hombres son tan fáciles —siguió—. ¿Con sus pelos en las axilas? Usaba mi ropa. Y sí, señora. Me clavó las uñas, me restregó las tetas en la cara, me apretó con sus muslos sudados.—Duro… sin miedo.
