Marcela gemía suave, como una melodía sucia y dulce.—Ahí… sí… huele… ¿a mí, verdad?—Sí… —le susurré, entre jadeos—. Tenía los pies descalzos, sucios de piso, y el cabello atado sin esfuerzo, con algunos mechones pegados al cuello.Levantó la mirada y me sonrió.—¿Dormiste bien, muchacho?No supe qué responder. Porno hd Pegajosos. Yo no pensaba. Su cuerpo me llamó.Subí su vestido lentamente. Me mordí la lengua.—¿Tú qué piensas? Su cuerpo, sudado y vivo, parecía invitarme a perderme en él sin control. Su trasero redondo y firme, cubierto por vello suave en la parte baja de la espalda y los muslos, me provocaba como nada antes. Vestido largo, sin mangas, pegado al cuerpo por el sudor. Su respiración se agitó.—Así que era eso… —susurró, llevándome la cabeza con una mano, como si ya lo supiera—. Pies descalzos marcados por el piso caliente.Yo era una presa sin fuerza.Eva me sujetó la cara con una mano firme. Quería un vaso de agua. Lenta. Mi cuerpo todavía sentía las marcas de Marcela: sus gemidos, su sabor, sus axilas húmedas en mi boca.
